LA SELVA NO SE VENDE, EL PAÍS NO SE VENDE, NUESTRAS VIDAS NO SE VENDEN
Artículo del Comité de Culturas
Se cumplen once años del Baguazo y es necesario hacer una evaluación de su nefasto sentido relativo al racismo y a la mercantilización de todo, incluso de la subjetividad. Debemos reflexionar sobre cómo lo ocurrido en ese momento nos implica en términos de las tareas que debemos realizar para constituir un nuevo Perú.
El 25 de mayo de este año, en Mineápolis, Estados Unidos se asesinó al ciudadano George Floyd. Este hecho aberrante no habría trascendido tanto de no ser por las protestas que desencadenó y que hoy generan noticias, entrevistas y análisis. Más al sur del continente, el 10 de mayo de este año, el ciudadano Wilber Carcausto despareció de un cuartel en Tacna. A inicios del mes corriente, los padres de Carcausto hacían un reclamo público exigiendo que alguien responda por el paradero de su hijo y fueron detenidos de manera agresiva por la policía del lugar. Hoy, luego de muchas denuncias públicas por el maltrato de los señores y la desaparición del cabo, se ha iniciado la búsqueda de Carcausto.
Hace once años, el 5 de junio del 2009 en Bagua, ocurrió una de las masacres más terribles del siglo XXI, uno de los mayores desencuentros culturales: el Baguazo. Luego de más de 50 días de protestas pacíficas y desencuentros, las Fuerzas Armadas se enfrentaron a los ciudadanos de distintas comunidades amazónicas. En este intento de diálogo por parte de las comunidades se reprodujo el consabido monólogo colonial en el cual Alberto Pizango, el representante de Aidesep, debía entender lo que las autoridades de la Presidencia del Consejo de Ministros le decían era lo correcto: el desarrollo a la manera capitalista. No se llegó a ningún acuerdo, salvo el lamentable resultado de muertos, heridos y desaparecidos.
Floyd, Carcausto, sus padres, los ciudadanos de la Amazonía, los militares son todos seres humanos. ¿Por qué, entonces, nos matamos entre seres de la misma especie? Por el poder, decía Aníbal Quijano, por eso su llamado a interrogarnos por ese “poder”, por la manera como se ha construido y por su ejercicio. En su reflexión del 2009, en el marco del XXVII congreso ALAS, Quijano presentaba un resumen de su perspectiva sobre la colonialidad del poder y la urgencia de descolonizarlo. Hoy, a once años del Baguazo y en la coyuntura actual de pandemia y crisis global del sistema económico y social en que vivimos, vale la pena volver a leer nuestras circunstancias bajo estas propuestas.
Quijano explica el nacimiento de un nuevo patrón de poder que surge a raíz de la colonización de América. Este nuevo patrón de poder, de proyecciones globales, tiene dos ejes: la idea de raza y el capitalismo. La idea de raza torna naturales (biológicas) las diferencias entre humanos. La naturalización de estas “diferencias” sirve para justificar la dominación de aquellas “razas” que, desde una mirada eurocéntrica (europea, occidental, blanca) son consideradas inferiores. Por otro lado, el sistema económico y social que llamamos capitalismo nace en paralelo con la idea de raza. Este sistema establece una relación entre la fuerza de trabajo y su mercantilización. En su desarrollo, el capitalismo empieza a mercantilizarlo todo, incluso la subjetividad de los individuos. Además, el capitalismo, basándose en la noción racista, legitima la explotación social.
En el contexto del Baguazo, las declaraciones de Alan García son terriblemente ejemplificadoras de cómo actúa el criterio racista: catalogando, desigualando, vinculando a la barbarie, al atraso, a la naturaleza a aquellas personas consideradas racialmente inferiores. García hablaba del beneficio de “todos a los peruanos” frente a “personas que no son de primera clase”, que eran “nativos”, que nos querían llevar a la “irracionalidad” y al “retroceso primitivo, en el pasado”.
Desde inicios de los años 90s del siglo XX se flexibilizan las leyes de protección a la propiedad comunal y desde entonces, las concesiones del territorio peruano a empresas internacionales extractivas han aumentado. Esto responde al afán de varios gobiernos por inscribirse en el capitalismo, que se propone como único y hegemónico horizonte de sentido. Aun cuando sabemos que la noción de progreso no es la misma para todos los grupos culturales, que no debe serlo, la lógica del capital ha ganado terreno en el mundo (metafórica y literalmente). Alan García declaraba el 2007 que “para crecer” el país necesitaba “ampliar sus mercados” y lograr mayor inversión minera, petrolera y gasífera e invitaba a las empresas extranjeras a invertir en el país. Decía (y ya no sabemos si bromeaba) que si él fuera miembro del “American chamber”, invertiría en el Perú. Las palabras de García nuevamente ejemplifican cómo opera la colonialidad el poder. Para el que fue presidente del Perú dos veces, el país tenía que venderse para crecer, su posición con respecto a su patria era la de un inversionista, ajeno en sentimiento y en pertenencia a esta tierra. El año 2009, durante los días previos al conflicto de Bagua, García opinaba de modo racista sobre las poblaciones amazónicas y decía que el gobierno había actuado con “mucha serenidad”, pero que debía responder con energía imponiendo “orden” porque el país no podía vivir con “una pistola en la cabeza”… Esta espantosa ironía de sus propias palabras buscaba deslegitimar el reclamo de los pueblos amazónicos por un derecho fundamental: el derecho a la vida.
Todas las regiones donde hubo dominación europea, decía Quijano, tienen poblaciones racialmente marcadas y, a través de esa marca, resultan indigenizadas. Hace años que las poblaciones indígenas y las llamadas minorías étnicas vienen mostrándonos que su supervivencia física está en cuestión, que se están jugando la vida. Esto es así porque no puede haber igualdad social si persiste el racismo. No puede haber igualdad social si persiste un sistema económico y social que explota a los seres humanos que considera “inferiores racialmente”, que mercantiliza todo, incluso la vida. En las circunstancias actuales en que todos nos jugamos la vida y a puertas del bicentenario de nuestra independencia nacional, es momento de iniciar una nueva emancipación, tenemos que liberarnos de la lógica del capital. La selva no se vende, el país no se vende, nuestras vidas no se venden.
Texto: Tania Pariona Icochea