BASTA DE GUERRA, EXIGIMOS NUEVA MINKA
«… basta de guerra, de enemigos y de héroes –a quienes se les exige abnegación en medio de una precarización laboral–. Tenemos que cambiar la metáfora por otra que permita relacionarnos mejor, los ciudadanos y el Estado, con la pandemia.»
Muchas veces en la vida, pero sobre todo en las situaciones dominadas por el miedo y el sinsentido, echamos mano de un tipo muy especial de herramientas. Se trata de esquemas de pensamiento que son útiles para comprender la totalidad de un problema y para saber cómo actuar correctamente ante él. Uno de esos esquemas se denomina “metáfora conceptual”, una comparación entre dos realidades distintas que son relacionadas por algunas semejanzas contundentes. En medio de la pandemia del COVID-19, la metáfora conceptual que prolifera en el Perú y en el mundo es la metáfora de la guerra.
Pongamos ejemplos: el pasado 10 de abril en Tumbes, acompañado de las autoridades de esa región, el presidente Martín Vizcarra dijo: “Ante un enemigo invisible pero peligroso como es el COVID – 19, no caben respuestas aisladas. Se tiene que dejar de lado cualquier interés personal, de la índole que sea, para poder enfrentar juntos esta guerra con el COVID – 19”. Dos días antes, en Arequipa, Pilar Mazzetti Soler, jefa del Comando COVID-19, había iniciado su intervención en una conferencia de prensa de modo semejante: “esto es una guerra, y es una guerra atípica”. Pero añadió poco más adelante “Este es el momento de crecernos, este no es el momento de quejarnos”.
Esta asociación entre enfermedad y guerra es una constante histórica que ya había sido señalada por Susan Sontag (1996). Según la autora, “la enfermedad se convierte en el enemigo contra el que la sociedad entera debe alzarse en pie de guerra”. En la actual metáfora, las realidades aproximadas son, claro está, la guerra y la enfermedad causada por el coronavirus. Así, la guerra y su lógica son la fuente de sentidos que sirve para explicarse la crisis de la pandemia y para aplicar una serie de estrategias o “tácticas” con las cuales “atacar” la enfermedad. Con esta comparación, se pueden producir muchas expresiones relacionadas con los diversos aspectos de la realidad en crisis. Por ejemplo, se puede describir a los miembros del personal asistencial del ministerio de salud como “héroes con bata” dedicados a “combatir contra el coronavirus”. Y eso está bien, pero solo hasta cierto punto.
El problema llega cuando esta metáfora guerrera empieza a sostener acciones en contra de quienes, por ejemplo, quieren fiscalizar a las autoridades en el ejercicio de una crítica democrática, porque ahora serían “traidores a la patria”. O en contra de las acciones políticas populares, porque estas se volverían impertinentes en un “estado de excepción” o en una “situación de guerra”. Es muy claro que los años de dictadura fujimorista y los de la guerra interna son el sustrato más reciente para esta metáfora, para su aceptación en el sentido común y para su conversión en prácticas que son políticas, las viejas prácticas políticas en contra del pueblo. Esto ya lo hemos vivido, solo que ahora, en esta coyuntura de crisis de salud, esta metáfora bélica abre la posibilidad, nuevamente, de excesos que podrían ser justificados porque se verían enmarcados en un escenario de “guerra contra la pandemia”.
Además, la metáfora de la guerra es peligrosa porque fácilmente puede desplazarse de la asociación “enemigo: virus” a la identificación del enemigo con ciertos grupos humanos a quienes se les responsabiliza por este mal. Ya ocurrió una ola de discriminación contra los chinos, y conforme se consoliden las tendencias desiguales de infección y muerte por COVID-19 en cada país, la metáfora de la guerra puede llevar a la discriminación de grupos considerados “enemigos internos”. En Estados Unidos, por ejemplo, la población afrodescendiente compone un alto número de afectados por la enfermedad: según la BBC News (10 de abril de 2020), en Chicago, el 70% de los contagiados y la mitad de los muertos son afrodescendientes, aun cuando ellos son el 30% de la población total. Esto ha derivado, de acuerdo con información proporcionada por Mail Online (11 de abril de 2020), en preocupantes casos de racismo, que contribuyen a sostener las históricas desigualdades económicas y sociales que causan, en primera instancia, la vulnerabilidad de estas poblaciones.
Por eso, basta de guerra, de enemigos y de héroes –a quienes se les exige abnegación en medio de una precarización laboral–. Tenemos que cambiar la metáfora por otra que permita relacionarnos mejor, los ciudadanos y el Estado, con la pandemia. Y para cambiarla no tenemos que mirar demasiado lejos geográfica ni cronológicamente porque en nuestro país, como en muchos países andinos, persisten mecanismos de intercambio y reciprocidad que sustentan otras formas de economía fuera de la lógica del capital. Nos referimos al ayni y a la minka.
Según Altamirano y Bueno (2011), mientras el ayni apunta a una reciprocidad familiar entre grupos de parentesco (ayllu), la minka implica un trabajo colectivo, de todos los miembros del ayllu en favor de la comunidad. Alberti y Mayer (1974) refieren que estos sistemas de relación subsistían (y subsisten) con diversas variaciones en el tipo de servicio. Por nuestra parte, queremos enfocarnos en la minka y proponer una “nueva minka”.
La minka del incanato se sustentaba en un orden jerárquico para la distribución y la exigencia de trabajos. Obligaba a las personas a trabajar en beneficio de la comunidad, por ejemplo en la construcción de caminos o regadíos. Ellas, su vez, no solo se servían del trabajo realizado, sino que además eran retribuidas con derechos y protección por parte del Estado Inca.
La metáfora que planteamos en lugar de la guerra no es la de la minka en su sentido histórico, sino una “nueva minka”, porque así como las sociedades cambian y adaptan sus sistemas a sus nuevas realidades (bien lo sabemos y vivimos las y los migrantes), así también es necesario adaptar nuestros conceptos para una mejor relación en tiempos de pandemia. Pedimos “nueva minka”.
La “nueva minka” requiere de nosotras y nosotros un trabajo colectivo. Estamos todas y todos llamados al compromiso con el servicio al país. Pero, prestemos atención, nuestras obligaciones no son todas iguales. Están los “héroes con bata” y las demás personas que realizan trabajos de alto riesgo, como las trabajadoras de la limpieza, los que siguen trabajando para mantener el abastecimiento de alimentos y, en general, la dinámica del país. Está también la gran mayoría, obligada a quedarse en casa, y ese es su servicio ciudadano. En muchos casos, quedarnos en casa significa perder el trabajo y dejar de percibir ingresos económicos, quedarnos sin comunicación porque no todos tenemos servicios de Internet, quedarnos sin agua y exponernos a muchas otras enfermedades y, así, una larga lista de pérdidas. Quedarnos en casa es la difícil y “nueva minka” que se nos exige.
Esta “nueva minka”, empero, debe ser retribuida desde el gobierno actual, en la presente coyuntura, y desde el Estado, en general, cuando termine la cuarentena y comencemos paulatinamente nuestras dinámicas usuales. Esta retribución estatal tiene que ser efectiva y urgente y debe recoger de la presente experiencia muchos aprendizajes. Muchas de estas lecciones, que están todavía por aplicar, las señala Anahí Durand (2020). Entre ellas, el fortalecimiento del Estado: un Estado fortalecido debe invertir más y mejor en el gasto público; sobre todo y con urgencia, en salud y en educación, como ahora se hace evidente.
Exigimos una justa retribución de nuestra “nueva minka” para que no mueran más “héroes con bata” ni nadie. Exigimos un servicio de salud pública de calidad y universal. Exigimos una retribución justa de nuestro trabajo colectivo en forma de educación pública también de calidad y con enfoque de género, ese que tanto nos urge porque la cuarentena nos viene mostrando la brecha entre varones y mujeres, así como la violencia que sufren muchas de ellas en sus propios hogares. Exigimos una retribución en forma de trabajo digno para todas y todos, porque la lógica del “emprendedurismo” precariza las condiciones laborales. Exigimos una retribución justa en forma de igualdad para que no se discrimine a ningún ciudadano por motivos de género y, para que se entienda, en su real dimensión, la importancia de las poblaciones indígenas y se reconozcan sus derechos de autonomía, de territorio y de participación política. Exigimos retribución en forma de gestiones sostenibles y ecológicas, que reconozcan de manera efectiva la importancia del trabajo agrario y ganadero tantas veces menospreciado.
Exigimos “nueva minka” para un buen vivir en un Nuevo Perú.
#BastaDeGuerra #ExigimosNuevaMinka
Bibliografía
Alberti, G. y Mayer, E. (1974). Reciprocidad e intercambio en los andes peruanos. Lima: IEP.
Altamirano A. y Bueno A. (2011). “El ayni y la minka: dos formas colectivas de trabajo de las sociedades pre-Chavín”. Investigaciones sociales. 27 (15). Recuperado de https://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/sociales/article/download/7659/6666/0.
Brantley, K. (Abril 11, 2020). Surgeon general under fire for telling African Americans not to smoke, drink or take drugs and ‘highly offensive’ use of ‘big momma’ as coronavirus pandemic hits black community hardest. Mail Online. Recuperado de https://www.dailymail.co.uk/news/article-8210359/Surgeon-general-fire-offensive-instruction-black-Americans-not-smoke-drink.html
Coronavirus en EE.UU.: los entierros en una fosa común en Nueva York, la ciudad que tiene más casos de covid-19 que cualquier país del mundo (abril 10, 2020). BBC News. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52243771